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Cómo me vistieron de niña, 2 (Por Carlina)

 Hola, señorita Dani,


Al día siguiente del incidente con Claudia, mi madre no había tomado ninguna represalia contra mí, a pesar de la gravedad de mi falta. Llegamos a casa y todo fue muy ordinario: me senté a ver televisión, un rato después anunció que ya estaba la cena, nos sentamos juntos a tomarla, conversamos, estuve viendo tele hasta las diez. De ahí me fui a acostar. Al día siguiente, sin moros en la costa: desayuné, estuve muy tranquilo hasta luego del almuerzo, y mientras me esforzaba en ganar el último videojuego que me habían regalado en navidad, mi madre entró en mi habitación y me dijo:


-Claudia y su mamá llegan en media hora para tomar té con nosotros, como te dije ayer. Por ello creo que sería bueno que te vayas vistiendo.

-No te preocupes, mamá, voy a usar lo que tengo ahora –dije sin despegar los ojos de la pantalla, absorto en los zombies que estaba exterminando. En ese momento llevaba puesta una playera blanca y mis jeans negros.

-No lo creo. Esta vez yo te escogeré la ropa que usarás. Es más, ya está escogida –la voz de mi madre se había vuelto más severa, lenta, disfrutando casi las sílabas que pronunciaba- así que vamos a mi cuarto para que la veas.

Mi sexto sentido mi indicó que lo mejor era hacerle caso. Puse mi juego en pausa y la acompañé a su habitación. Sobre la cama había un vestido de niña blanco bastante corto, unas medias blancas de algodón hasta la rodilla y unos calzones blancos en cuya parte trasera decía, en letras rosadas “la pequeña de mamá”. Yo miré a mi madre sin entender, pero poco a poco todo me fue muy claro. Sin creérmelo todavía, solo pude decirle:

-¡No puedo usar un vestido, soy un niño, un niño de doce años! ¡No! ¡Y menos frente a Claudia y a su mamá! ¡Sería muy humillante!

-¿Crees que sería muy humillante? ¿Crees eso realmente? ¿Crees que no fue humillante para Claudia estar sometida a todas las cosas que le hiciste ayer? ¿Crees que no es humillante para una niña mostrar los calzones? ¿Crees que le gustó que le bajaras los calzones para verle el trasero? Vas a ponerte esta ropa, y si no lo haces, te daré unas nalgadas y tomarás el té con nosotros solo en ropa interior de niña. Así que tú decides.

La verdad es que en esta situación ya no me quedaban argumentos. Y la verdad es que todo me había tomado tan de sorpresa... Sin entender nada me comencé a quitar la ropa mientras mi madre me ayudaba, me pasaba la playera por los brazos, me desabrochaba el pantalón y me quitaba las medias. Luego me hizo ponerme los calzones, que eran amplios, cubrían todo mi trasero y se me veían ridículos: un niño de 12 años usando unas pantaletas que decían en la tarde trasera “la pequeña de mamá” no podía ser sino la imagen de la derrota. Mi mamá me obligó a mirarme en el espejo mientras me cambiaba. Pronto tuve el vestido puesto. Era, efectivamente, muy corto: no me llegaba más allá de la mitad de los muslos. No pude decir nada, pues ya mi madre me estaba poniendo las medias de algodón hasta las rodillas, y sacaba unos zapatos negros de charol del clóset antes de que pudiera hacer cualquier gesto en contra. En tres minutos estaba vestido como toda una niña de diez años. Cuando me vi en el espejo, solo pude llorar. Sollozando le rogué a mamá que no me obligara a bajar así, que no podría soportar la humillación, prometí que sería un chico bueno y que me disculparía con Claudia por todas las maldades que le hice. Pero mi madre fue inflexible. “Si no bajas, créeme que te llevaré así como estás vestido al Centro Comercial a comprarte calzones. A ver qué prefieres”. Ante la sola posibilidad, me quedé callado y tuve que aceptar mi destino. A las cuatro en punto tocaron la puerta: era Claudia y su madre, era seguro. Mi madre terminó de ponerse los aretes y me dijo “voy a bajar a tomar el té. Y espero que tú también lo hagas. Como tienes puesto un vestido y unos calzones de niña, debes ser una niña. Por eso esta tarde no te llamarás Carlos, sino Carlina. Y tendrás que comportarte como una niña, o si no pagarás las consecuencias”.

Mi madre no me dejó alegar nada a mi favor, pues bajó a recibir a sus invitadas. Yo estaba muerto de pavor, y sentía que cada vez que me movía mostraba los calzones. Mis piernas desguarnecidas me hacían doblarlas de impotencia. Escuché cómo mi madre abría la puerta y saludaba a Claudia y a su mamá. A los pocos segundos, escuché un grito de mi madre: ¡Carlina, baja para jugar con Claudia! Solo esa exclamación me llenó de pavor. Ya no era Carlos, sino Carlina, y sentí que Claudia se reía ante ese anuncio. Repleto de vergüenza, bajé. Claudia apenas me vio comenzó a reírse sin poder parar. Claudia estaba vestida con una playera roja y unos jeans, acompañados por unos zapatos negros. La mamá de Claudia tampoco pudo evitar soltar una risa abierta, mientras me miraban vestido como una niña llorosa. Yo ya había bajado la escalera y ella se me acercó, me dio la vuelta mirándome a mí, que no me atrevía a mirarla, con los hombros encogidos y con la cabeza gacha.
-Vaya, vaya, así que Carlina –rio, lentamente- qué bonita que estás. Eres una niña muy dulce. Vamos a divertirnos mucho esta tarde, ya lo verás. No dejaremos de hacer muchas cosas que desde ayer he estado planeando.

-Qué buena idea, Claudita -dijo mi madre- vayan a jugar juntos al cuarto de Carlina mientras nosotras preparamos las pastas y el té. Bajen en unos cuarenta y cinco minutos. Y Carlina, obedece en todo a Claudia, porque si no, ya sabes dónde iremos a comprarte calzones nuevos, ¿no?

Mi destino estaba sellado. Subí a mi cuarto seguido de Claudia, como si fuera a una cámara de torturas. No me equivocaba. Claudia apenas llegó a mi cuarto cerró la puerta y me dijo:
-Vamos a jugar ahora a algo en la que sí soy buena. Vamos a jugar a las divisiones.
Demonios. Yo era muy malo en matemáticas, y Claudia era la mejor de la escuela en eso. Me hizo una pregunta “¿Ocho entre seis? Me quedé mudo. No sabía que decir. Para no perder y tener que ser castigado, arriesgué como pude una respuesta: “¿Nueve?”. Claudia se rio maléficamente y me dijo:
-No Carlina, fallaste. Ahora deberás cumplir un castigo. El que yo escoja, por supuesto. Quiero que te pongas de espaldas y te inclines hacia adelante.

No tuve más remedio que aceptar. Eso hice y Carlina levantó mi vestido. Se veían mis calzones blancos con la inscripción “la pequeña de mamá”, y se carcajeó. “Eres una niña de su casa, Carlina. Qué calzones más lindos te han comprado. Eres la más nena de todas, no hay duda.” Comencé a sonrojarme y los ojos se me llenaban de lágrimas. Peor fue cuando Claudia me bajó los calzones hasta las rodillas. Me vio todo el trasero, sonrojado también, y me lo palmeó delicadamente. “Con ese trasero podrás conquistar muchos chicos cuando crezcas, Carlina. Está redondo y blanquito, como el de una buena niña inocente”. Yo no podía decir nada, ni callarla, porque sabía que mi castigo, aunque pareciera difícil, iba a ser mucho peor luego. Entonces volteé y vi que Claudia había sacado de su mochila una correa amarilla. La dobló y me dio diez fuertes nalgadas hasta que solo pude decir “por favor, basta”. Imaginaba que mi madre y la de Claudia habían escuchado mis gritos y los golpes en mi trasero abajo, pero no iban a hacer nada por salvarme. Luego de mi punición, Carla continúo con su juego infernal. Me miró a la cara y me dijo “¿Cinco entre tres”? No supe qué responder tampoco, y solo para tentar a la suerte, dije “ocho”. Claudia se rio con estrépito. “Que tonta eres, Carlina”. Luego señaló mi cama y me dijo: “vamos a jugar a la doctora. Tú ponte en cuatro patas sobre la cama mientras busco mis implementos para medirte la temperatura.

Así lo hice, sumisamente. Claudia en pocos segundos sacó un botiquín real de su mochila y ahí un termómetro, pero me di cuenta de que no era oral sino rectal. Sabía que no podía contradecirla ni irme de la cama, pero comencé a llorar de verdad y a pedirle por favor que no me hiciera eso, que no me pusiera nada en mi culito, que tuviera piedad. Pero Claudia no me hizo caso: alzó mi vestido, me bajó los calzones e insertó el termómetro bien hasta el fondo. Yo lloraba terriblemente, sollozando sin parar. Claudia me dejó con el trasero en pompa, el termómetro como una banderita en una colina, mientras me miraba triunfante. Luego de cinco minutos me lo quitó y me dijo que me quitara también los calzones. Lo hice, y se los di en las manos. Los guardó en su mochila como “un recuerdo” y sacó de ahí una bolsa unos pañales de mi talla. Me arrodillé pidiéndole que no me los pusiera, que me perdonara todo, que haría lo que sea, pero que no me pusiera pañales. Claudia no me escuchaba. Me agarró del lóbulo de la oreja y me llevó a su cama. Me puso cremas y luego el pañal. Cuando me levanté, luego de la humillación más grande de mi vida, llevaba medias, un vestido y un pañal que se notaba abultado bajo mi ropa. Claudia me dijo que ahora sí podíamos bajar a tomar té.

Cuando bajamos mi madre y la de Claudia estaban listas para tomar el té. Mi madre mi notó caminando raro y me dijo que me veía como una gran y hermosa bebezuela. Yo ya no decía nada, solo asumía mi derrota con el rostro rojo por llorar. Luego del tomar el té y de estar forzado a comportarme como una niña con pañales, Claudia y su madre anunciaron que era tarde y ya se iban. Mi madre me obligó a despedirme con una reverencia y cuando se fueron, me llevó arriba y me quitó los pañales diciéndome: “Esta vez creo que ya fuiste bien castigado. Podrás volver a tu ropa de costumbre. Pero si te vuelves a portar mal, verás que lo de los pañales se quedará corto”. Tragué saliva. MI mamá sí que cumplía sus promesas y sobre todo sus amenazas.

Comentarios

  1. Esta historia me gusto mucho, lastima que no hay mas historias de "Carlina".

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